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Izquierda

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Educación: Fin al lucro

por Nicolás Grau (El Post)
La consigna de fin al lucro ha estado presente en cada una de las movilizaciones sociales de los últimos años, tanto en el ámbito escolar como en el universitario. Frente a tal demanda, la respuesta de las autoridades y “expertos” (tanto de derecha como del sector que ha dominado el debate educacional en la Concertación) ha sido: el lucro no es el problema, si lo que importa es la calidad de las instituciones, no nos debería importar si estas lucran o no, la demanda por el fin al lucro es netamente ideológica.
Cabe notar que en este tipo de respuestas el adjetivo ideológico tiene una connotación negativa, equivalente incluso a la ausencia de argumentos serios. Habría que preguntarse por qué realizar una crítica desde una visión general, comprehensiva y coherente de cómo queremos vivir (esto es, desde una perspectiva ideológica) constituiría una debilidad de la crítica. Me imagino que aquello se debe a que se espera que los individuos discutan en nuestra democracia desde una posición despolitizada, donde no existan diferencias de fondo, donde todos queremos lo mismo y el único debate es el cómo lograrlo.
Desde mi punto de vista existen buenas razones para estar contra el lucro en la educación, razones que por cierto son parte del sentido común de un sector mayoritario del estudiantado. Por una parte, hay una razón ideológica, de carácter anticapitalista (¡qué horror!). Por otra parte, hay argumentos de peso para pensar que la existencia de lucro puede dificultar la capacidad de nuestro sistema educativo de asegurar calidad.

A las personas de izquierda, en general, no nos gusta el capitalismo, sobre todo nos desagrada el mecanismo que explica su desarrollo. Es decir, no aceptamos que la lógica de beneficio y ganancia personal sea la mejor entre todas las formas posibles en que la humanidad pueda organizarse. Somos tercos y pensamos que sería viable, y mejor, un orden social que se basara en los principios de comunidad, cooperación y solidaridad. Dicho esto, que es parte importante de nuestra ideología, muchos reconocemos en el capitalismo, en particular en el mercado, una capacidad aun sin alternativa de organizar una porción considerable, diría mayoritaria, del quehacer económico de nuestra sociedad.
Así, bajo el prisma de una ideología de izquierda resulta directo tratar de restringir el espacio de acción del mercado, y sus lógicas de enriquecimiento personal como motor de desarrollo, a los sectores de la economía en los cuales no parece existir una mejor alternativa, donde este constituye un mal menor. De esta manera, la pregunta que cabe hacerse en el debate presente es: ¿constituye el afán de lucro una característica indispensable para el aseguramiento de calidad en el sistema de educación chileno? La respuesta, basada en la evidencia (pues la realidad tiene un rol importante incluso para los desquiciados que tenemos ideología), es claramente negativa.
En Chile las mejores universidades, privadas y estatales, no tienen fines de lucro, lo que en nuestro contexto significa respetar la ley. En Estados Unidos, que se suele indicar como un ejemplo donde la educación privada ha logrado altísimos estándares, muchas de las universidades de mayor prestigio son privadas, pero tales universidades son justamente lo opuesto a un negocio, los privados en vez de sacar rentas de ellas dan suculentas donaciones que permiten llevar a cabo investigaciones al más alto nivel. Es una lógica opuesta al lucro lo que permite el desarrollo de estas universidades. A su vez, existe en el contexto escolar internacional un sinnúmero de experiencias exitosas que no tienen el lucro como motor de su desarrollo.
Por otro lado, como hemos dicho, el afán de lucro puede dificultar el aseguramiento de calidad. La razón es simple, para que una universidad o colegio cuyo interés sea el lucro tenga buena calidad se requiere que la regulación del Estado y la presión de la demanda logren que aun cuando al dueño del establecimiento le gustaría retirar todos sus ingresos como utilidades este no pueda hacerlo pues aquello le significaría perder la acreditación o bien quedarse sin demanda (a esto llamaremos disciplinar la oferta). Pues bien, no es difícil imaginar como ambos mecanismos son sumamente débiles en el caso de la educación. Por una parte, las familias tienen muy poca información de la calidad de lo que están recibiendo, entre otras cosas pues ésta no será evaluada hasta haber terminado su carrera, hagamos lo que hagamos nunca le podremos dar a la familia suficiente información como para lograr que la demanda efectivamente discipline a la oferta.
Por otra parte, la experiencia chilena ha demostrado los múltiples problemas que puede tener un sistema de acreditación. El sistema de acreditación chileno puede y debe mejorar (pues se requiere para todas las instituciones, las que lucran y las que no), pero hay muchas razones para pensar que no será suficiente para disciplinar a la oferta: se necesita una capacidad inexistente para acreditar a todas las carreras (pues hay universidades buenas en algo pero muy malas en otras áreas); no es claro que es lo que se debe acreditar (¿calidad, coherencia institucional, pertinencia?) y aunque se sepa, acreditar un aspecto permitirá que los dueños con afán de lucro puedan extraer utilidades debilitando las áreas menos relevantes para la acreditación; los acreditadores son agencias que obviamente provienen de las universidades (y no creo que haya otra manera) lo que se presta para tráfico de influencias y corrupción, etc.
En otras palabras, dada la tremenda complejidad del bien educación parece poco creíble que dos establecimientos con el mismo potencial, pero uno con afán de lucro y otro sin, vayan a lograr los mismos niveles de calidad: el carácter de los controladores del establecimiento sí importa. A menos que pensáramos que los potenciales controladores que sí tienen afán de lucro tuvieran un mayor talento para manejar instituciones educacionales, cuestión que no tiene ninguna base lógica ni empírica.
Los estudiantes, algunos desde una ideología de izquierda otros simplemente desde su sentido común, no quieren que las lógicas capitalistas dominen los colegios y universidades donde ellos estudian. Desean ser formados en ambientes donde el objetivo último sea su desarrollo y el desarrollo del conocimiento en general, no quieren confiar sus deseos de surgir y aprender a personas que les darán una buena educación en la medida que se vean forzados por la regulación y los mecanismos de mercado.
Los estudiantes tienen buenas razones para pedir lo que piden, ¿alguien los escuchará?
* Estudiante PhD en Economía, UPenn.
Extraido de El Post
Título Original: «Fin al lucro»

Izquierda Institucional o la Izquierda del Capitalismo

por Marcos Roitman Rosenmann
No cabe duda, la obligación de adjetivar las conductas de los partidos socialdemócratas y progresistas como pertenecientes a la izquierda trae consigo ejercicios teórico-ideológicos propios de un malabarismo intelectual. Es común hablar de la existencia de una izquierda institucional, sobre todo cuando nos referimos a organizaciones políticas cuyas bases doctrinales no cuestionan el capitalismo, factor suficiente para negarles el calificativo de izquierdas. 
No debemos olvidar que la socialdemocracia y los llamados reformistas no compartían las premisas del capitalismo. La estrategia cuestionada era la forma de enfrentarlo, la transición al socialismo. El dilema se expresaba dualmente: reforma o revolución. Ahora, el problema es otro. Quienes se autodefinen pertenecientes a la izquierda institucional comparten y aceptan las reglas del juego de la economía de mercado. El hacerlo trae consigo consecuencias inmediatas. Su decisión conlleva avalar el proceso de concentración y centralización del capital como mecanismo para la creación de riqueza. Por consiguiente, dentro de sus programas desaparece la crítica de fondo a las relaciones sociales de explotación sobre las cuales, el capitalismo, construye y ejerce el poder político. 
Los militantes de esta nueva izquierda institucional, parecen sentirse cómodos navegando en las aguas del capital. Eso sí, para justificar el abandono de la lucha anticapitalista, la izquierda institucional y la socialdemocracia utilizan argumentos maniqueos y pedestres. Su lógica consiste en negar la lucha de clases y la división social del trabajo basada en la propiedad privada de los medios de producción. De su lenguaje han desaparecido, por arte de magia, los capitalistas y con ello la dualidad explotados-explotadores. Asumen, sin cuestionar, una visión del mundo donde el imperialismo y los intereses depredadores de las trasnacionales se esfuman en pro de la ideología de la globalización. Sin explicación coherente enfatizan el sentido armónico de la globalización, promoviendo una gestión de la crisis con rostro humano. Según ellos, todos somos responsables y debemos compartir costos. Así sugieren un pacto estratégico entre trabajadores y empresarios, considerándolos parte de un mismo equipo con las mismas metas. De esta manera, nadie quedaría excluido de los beneficios de un trabajo solidario. Ni ganadores ni perdedores. Si actuamos con tino, nadie se verá perjudicado. Es el dilema del prisionero extrapolado ante las relaciones sociales de explotación. Si se coopera se consiguen los objetivos, todos obtienen beneficios. Los trabajadores mantienen su empleo, aunque sea en peores condiciones, y los empresarios, ya nunca más capitalistas, verán aumentar sus ganancias y con ello invertirán, incrementándose el producto interno bruto. Un verdadero pacto de caballeros. Puestos en esta lógica, el quid del capitalismo cambia de eje, no se encontraría en las relaciones de explotación. Su sitio se ubicaría, a partir de ahora, en la fuerza autorregulada de la economía de mercado para satisfacer las necesidades de los consumidores.
Para la nueva izquierda institucional y la socialdemocracia, el capitalismo debe redefinirse como un sistema político destinado a generalizar los beneficios de la economía de mercado. Con ello, lo importante es consumir, no importa qué, cómo y cuándo. Se trata de garantizar el acceso al mercado y formar parte de un ejército de consumidores diferenciados por la calidad y la cantidad de los productos que adquiere. Unos comerán angulas, caviar, beberán champagne, conducirán Lambordinis, Mercedes Benz , irán de vacaciones en yates y viajarán en primera clase; otros, en cambio, deberán conformarse con sucedáneos, imaginarse unas vacaciones virtuales, utilizar el transporte público, consumir gaseosas o tomar agua no contaminada, en el mejor de los casos. Pero tampoco se olvidan de los menos agraciados, quienes sobreviven con menos de un dólar al día o simplemente no tienen ni eso. Para este sector social les aplican el criterio de políticas para pobres. Podrán comer, tendrán un trabajo precario, y se verán avocados a la miseria, la exclusión y la marginalidad. Pero siempre tendrán una opción de salir adelante, en sí son capital humano y ese es su máximo activo. El mercado está siempre atento para recibirlos con las manos abiertas.
En otro orden de cosas, la izquierda institucional traslada el debate de la ciudadanía plena y la centralidad de la política a la esfera de la eficiencia y la racionalidad económica para lograr un mejor funcionamiento del mercado. No tienen empacho en señalar que están actuando en beneficio de todos y en favor del progreso de la humanidad. Muy a su pesar, sólo les queda constatar la pérdida de los derechos laborales, sindicales y políticos en beneficio de la comunidad del mercado. Cómplices del secuestro de la democracia, se manifiestan en pro de los tratados de libre mercado, las trasnacionales y los grandes capitalistas. Asimilados a los postulados del capitalismo se han transformados en sus cancerberos. Adoptan la función del policía bueno. Mientras critican las maneras políticas de la derecha neoliberal y conservadora, ellos encarnan, dicen, el bien común y la moral pública. Pero ambos son la cara y cruz de una misma moneda y comparten un mismo objeto, doblegar la voluntad de las clases populares. Para ellos no hay alternativa al sistema, es mejor someterse y vivir de acuerdo a las leyes del mercado. Luchar contra el capitalismo es un suicidio, porque éste siempre gana.
No hay por donde equivocarse, gracias a la izquierda institucional y la socialdemocracia, el capitalismo se reinventa y queda absuelto de ser un orden de violencia, deshumanizante, asentado en la desigualdad, la explotación y la injusticia social. Por consiguiente, es mejor llamar las cosas por su nombre y quitarle la máscara a esta nueva izquierda y sus aliados socialdemócratas. Es más apropiado llamarla izquierda del capitalismo, concepto apegado a sus prácticas y claudicaciones estratégicas de lucha anticapitalista. Por este motivo, démosle la bienvenida, poniendo al descubierto sus espurios intereses que consisten en mantener inalteradas las estructuras de explotación inherentes al modo de producción capitalista.
Extraido de La Jornada
 Título Original: “La izquierda del capitalismo”

Antonio Gramsci: Lectura Obligada para la Izquierda Chilena

Por Prof. Danny Monsálvez Araneda *
El pasado 22 de enero se cumplieron 120 años del nacimiento de uno de los intelectuales más trascendentes del siglo XX, se trata del italiano Antonio Gramsci. Su pensamiento circulaba en nuestro país más bien de manera restringida hacia la década del cincuenta y sesenta del siglo pasado, cuando Marx y Lenin constituían los referentes obligados para el mundo de la izquierda. Sin embargo, entrada la década del setenta y después del golpe de Estado de 1973, los escritos de Gramsci pasaron a constituirse en lectura obligada para la izquierda chilena y su posterior proceso de renovación (socialista).

La contribución de Gramsci, no fue sólo en la línea del marxismo, al cual aportó de sobremanera, superando aquella concepción mecánica en la cual había caído. Su aporte enriqueció distintas visiones y perspectivas de razonamiento; por ejemplo, el análisis del poder, hegemonía y lo subalterno, la dirección cultural, moral e intelectual, etc, En otras palabras, la idea es reflexionar como éstas y otras categorías del pensamiento gramsciano contribuyen a pensar un determinado contexto histórico. Es decir, sus lecturas han permitido enriquecer distintos enfoques, no sólo las marxistas; por el contrario, sus escritos promueven e incentivan una manera crítica del pensar y reconocer los errores para comprenderlos. Entonces, ¿cómo nos ayuda Gramsci a problematizar y complejizar la realidad?. Se trata -por ejemplo- de leer y entender los mecanismos de subordinación; plantear estrategias políticas y sociales; examinar alternativas y discursos antihegemonicos; pensar con sentido proyectual la configuración de amplias alianzas sobre la base de acuerdos mínimas de entendimiento entre sectores sociales y políticos, incluso hasta en los momentos más difíciles, tal como lo hizo el propio Gramsci cuando era perseguido y encarcelado por el fascismo.
 
Por ello leer y comprender a Gramsci en el siglo XXI constituye todo un reto y provocación intelectual, política y social; de ahí la invitación y desafío, especialmente en los tiempos históricos que hoy corren.
* Doctor (c) en Historia, Depto. Ciencias Históricas y Sociales, Universidad de Concepción

Columna Original publicado en Blog Gente De Mente 
Titulo Original : Antonio Gramsci: tan presente y necesario como ayer

El pulpo del imperialismo: Lo que queda de la izquierda concertacionista

por Osvaldo Torres
La izquierda de la Concertación fue colonizada intelectual y políticamente por los diseños producidos en las universidades, centros de pensamiento y organismos ligados a Washington.
Sorpresa tras sorpresa. El antimperialismo socialista pasó de moda hace rato y no solo eso, pues ahora se encuentra en franca asociación con la política exterior norteamericana.
Los documentos difundidos por el periodismo independiente, y valiente, del sitio Wikileaks, han dejado al desnudo que el gobierno de M. Bachelet a través de su ex Ministro del Interior, el democratacristiano E. Perez Yoma – durante la cancillería ejercida por el DC A. Foxley- solicitaron la colaboración de la “Inteligencia” norteamericana para combatir la causa mapuche. El gobierno se había comprado el discurso de la derecha autoritaria sobre “el terrorismo mapuche” y recurría a un “aliado” para actuar.
Pero no sería la primera vez que en política ocurría esto –para no hablar de las políticas económicas-, pues como quedó en evidencia con la muerte de los 81 presos comunes hace pocos días, los gobiernos de la Concertación también asumieron como propias las políticas antidelincuencia promovidas por la derecha autoritaria local en prolongación de las políticas norteamericanas. Ya lo han señalado varios estudios, terminamos luego de 20 años, con la mayor tasa per capita de presos entre los países de América Latina y discutiendo sobre el ritmo y número de cárceles construidas.
Los dos ejemplos anteriores ponen en la discusión un problema crucial de la identidad socialista: su carácter antimperialista. No se trata de la nostalgia de revivir las marchas en solidaridad de Vietnam o volver a editar los “Documentos de la ITT” sobre la intromisión norteamericana en la política nacional en los ’70, sino de sostener una política internacional autónoma, que entienda que los intereses norteamericanos no son los mismos que los chilenos o de los latinoamericanos, y que por tanto se requiere de generar los contrapesos regionales e internacionales para defender un proyecto de desarrollo no condicionado a los intereses de las transnacionales (Barrick Gold, Hidroaysen, etc). No vivimos la era “post imperialista” sino más bien la constitución de un imperialismo que requiere cada vez más de la incondicionalidad política de sus áreas de influencia para asegurar los procesos de especulación financiera e inversión en recursos estratégicos de la sociedad de la información.  Allí están el “Consenso de Washington”, las directrices del FMI, la guerra en Irak y Afganistán, la ayuda millonaria a la posición colombiana, entre otras.
La política internacional concertacionista estuvo más cerca de Estados Unidos que de los gobiernos de Bolivia, Argentina, Venezuela, Brasil y Ecuador, procurando con ello obtener un buen puntaje en las clasificadoras de Wall Street que especulan en las bolsas internacionales, más que por solidarizar decididamente con las intentonas golpistas como fue el caso venezolano.
El asunto merece una pregunta. Se ha venido discutiendo acerca del progresismo, pero parece ser que lo que se debe discutir es qué se entiende por una alianza de centroizquierda. Es lícito preguntárselo toda vez que la izquierda concertacionista se desperfiló, perdió identidad programática y más bien pareció reducida a la función de darle gobernabilidad a las medidas liberales pro compensación social. Es decir, las políticas sociales de estas dos décadas no fueron más allá de los diseños impulsados por las agencias internacionales como el Banco Mundial, que propugnaban la reducción del riesgo y la “vulnerabilidad” social, que amortiguaran los efectos de los procesos de liberalización al capital financiero y la falta de regulación de los mercados de bienes sociales.
La izquierda de la Concertación fue colonizada intelectual y políticamente por los diseños producidos en las universidades, centros de pensamiento y organismos ligados a Washington. Mientras la desigualdad social y territorial está instalada como eje de un modelo que continúa concentrando el poder económico, debilitando el ejercicio de la política, cooptando a sus administradores e impidiendo el debate sobre cuestiones como la libertad individual, la participación social y las reformas políticas democratizadoras.
No hay alianza de centroizquierda si la izquierda y en particular el Partido Socialista no contribuyen con una identidad política claramente nacional y popular, de cara a los desafíos de la desigualdad y la libertad. Para ello se requiere poseer un programa político viable para resolver esos temas y también una recuperación de la credibilidad y confianza de los sectores populares y medios hacia una dirigencia que sea creíble en su disposición a la confrontación democrática con los intereses de los más privilegiados. Se necesitará una política de izquierda que recomponga una mayoría social capaz de llevar al país a una nueva estrategia de desarrollo de carácter sustentable e inclusivo.
Si la izquierda no enfrenta este proceso de actualización identitaria que le permita reconocerse en los problemas sociales y los desafíos futuros del país, será imposible construir una alianza de centro izquierda y menos recuperar el gobierno para cambiar el país.

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